Instituciones que previenen, no solo reaccionan: una reflexión desde la tragedia del Jet Set
- Miyuki Kasahara
- Apr 23
- 5 min read
Hace varias semanas me dispuse a compartir reflexiones y aprendizajes de lo que va de año, sobre todo en honor a la experiencia transformadora del programa Global Competitiveness Leadership (GCL) en la Universidad de Georgetown. Aprendí muchísimo, crecí aún más, y compartí con personas que hoy son amigas y aliadas. Pero los últimos días cambiaron el rumbo de lo que hoy quiero compartir. Y es inevitable pausar y revisar lo aprendido.
Quiero empezar con institucionalidad.
Durante el programa, debatimos profundamente sobre por qué América Latina, a pesar de su enorme potencial, sigue sin posicionarse de forma más competitiva a nivel global. En mi aplicación a GCL, una de las problemáticas que destaqué en República Dominicana fue precisamente la falta de continuidad del Estado y la débil implementación de políticas públicas sostenibles.
Lamentablemente, la tragedia del pasado lunes 7 de abril en el centro de entretenimiento Jet Set, que cobró la vida de 231 personas, es un reflejo doloroso de esa realidad. No hace falta una pérdida tan desgarradora para entender lo urgente de revisar nuestras instituciones. Pero aquí estamos.
Como bien expresó Nicole Pichardo, es inaceptable que aún no se tenga claro qué institución era la responsable de inspeccionar esa estructura y velar por el cumplimiento de las normas. Esa duda no es un detalle técnico —es el reflejo de un sistema institucional fragmentado, opaco y débil. Y que nuestro presidente reconozca que existe un vacío legal en la supervisión de construcciones es una realidad vergonzosa.
Lo más alarmante es que esta tragedia no es un hecho aislado. En América Latina, cerca del 60% de las construcciones en zonas urbanas no cuentan con supervisión estructural adecuada o actualizada, según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Esta cifra expone una fragilidad estructural compartida por muchos países de la región, donde las normas existen, pero los mecanismos de fiscalización y cumplimiento son débiles o inexistentes. Esto no solo pone en riesgo vidas humanas, sino que también refleja una desconexión profunda entre las instituciones que regulan y las realidades que enfrentan las comunidades urbanas. ¿Cómo podemos hablar de desarrollo competitivo si ni siquiera garantizamos las condiciones básicas de seguridad en los espacios que habitamos?
Tal vez, si hiciéramos costumbre de replicar buenas prácticas de otros países, no hiciera falta una situación extrema para despertar la urgencia.
En Bolivia, por ejemplo, se implementó un sistema de registro que identifica y sanciona a contratistas con bajo desempeño (Registro y Sanción de Contratistas con Baja Reputación) logrando el aumento en la calidad de la ejecución de obras públicas, mayor responsabilidad contractual y mejora en la supervisión y fiscalización.
En la ciudad de Guayaquil, Ecuador se creó una unidad especializada de fiscalización (Unidad CAF-BEDE) que supervisa obras con un esquema riguroso y externo permitiendo una mejora en la gobernanza de la infraestructura urbana, mayor calidad y seguridad en las obras, y un modelo replicable para otras ciudades que buscan fortalecer su institucionalidad.
En Colombia se diseñó el Manual de Supervisión e Interventoría como proceso sistemático e independiente que acompaña todo el ciclo del proyecto: desde diseño hasta entrega. Esto redujo las quejas y problemas post-ejecución y aumentó la confianza de la ciudadanía en la infraestructura pública.
Entidades como el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe CAF y el Banco Interamericano de Desarrollo BID trabajan constantemente junto a empresas y gobiernos en la investigación y desarrollo de soluciones para el bienestar y crecimiento de nuestra región, produciendo reportes, análisis, manuales, entre otros documentos de los cuales podemos apoyarnos. Un ejemplo es el manual de buenas prácticas en supervisión de obras de infraestructura social que sirve como una guía para conversar sobre el tema en cuestión.
No pretendo ser ingeniera y lejos estoy de conocer específicamente por dónde empezar, pero sé que no hay que empezar desde cero, ni tampoco inventarse el agua caliente.
Durante una de nuestras clases en GCL, el profesor Michael Shifter compartió una reflexión que hoy resuena con más fuerza:

“Tanto los líderes del Estado como la población definen lo que significa democracia en cada país y la forma en que esta se visualiza en sus instituciones.”
No es posible hablar de democracia si no existe un sistema confiable que regule y vele por procesos democráticos y justos. A su vez, esto implica que también la ciudadanía tiene un rol activo en exigir con más fuerza y con más criterio los estándares bajo los cuales esperamos que operen nuestras instituciones. No es solo un tema de leyes o manuales técnicos. Es una conversación colectiva sobre lo que aceptamos, lo que exigimos y lo que permitimos. Necesitamos instituciones con procesos rigurosos, responsables, transparentes, que anticipen riesgos y prioricen el bienestar de las personas. Instituciones en las que podamos confiar.
Es evidente que en esta conversación hay muchos puntos de partida para empezar a entender por qué llegamos a este punto y por dónde debemos encaminarnos. No obstante, uno de los puntos críticos que lamentablemente reina en nuestra sociedad es la mentalidad del "hackeo" o del mínimo esfuerzo, lo cual se traduce a su vez en la falta de rendición de cuentas empezando con nosotros mismos. Con el simple hecho de analizar el comportamiento en los pequeños detalles nos damos cuenta que independientemente de los procesos, la naturaleza del dominicano busca siempre ganarle al sistema para su beneficio: violentando un semáforo en rojo porque "la calle está vacía", parqueando el vehículo sobre la acera porque "vengo de una vez", pasando un dinerito por debajo de la mesa para que los papeles salgan más rápido, repitiendo "deja eso así que nadie se dará cuenta".
Si no somos capaces de respetar el orden, el sistema y los procesos para el beneficio de todos, ¿cómo seremos capaces de exigir democracia e institucionalidad?
Nadie escapa de esto porque desde cada una de nuestras posiciones tenemos que lidiar con esta mentalidad y puedo apostar a que hemos caído en ella una que otra vez hasta de manera inconsciente. Entonces, si pudiéramos partir desde una pregunta, haría la siguiente: Si tuvieras que rendir cuentas el día de hoy de tu rol como empresario, político, maestro, padre o ciudadano, ¿puedes decir que estás cumpliendo de manera responsable para el bien común y no solo para tus intereses personales?
Duele decirlo, pero desde mi perspectiva la tragedia del Jet Set es un reflejo extremo y doloroso de lo que somos como sociedad que no se limita a la responsabilidad del gobierno y de los empresarios, sino que incluye inevitablemente la forma en la que nos comportamos y en la que entendemos que todos nos debemos a la sociedad, no solo al individuo.
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